Escucho frecuentemente el empleo de diferentes tipos de “rituales” para atraer dinero, amor o resolver una cuestión específica no sin preocupación. Se ha vuelto tan común intercambiar ésas fórmulas de la felicidad, que quienes lo hacen se asemejan a comadres intercambiando recetas de cocina. No toman en cuenta los riesgos que eso implica. Ante la demanda es ineludible que surja la oferta. Un mercado enorme se ha creado a partir del modismo de turno: tiendas que venden elixires afrodisíacos, panaceas vivificantes, piedras que combatirán maleficios… Harry Potter dejó de ser un personaje de ficción y parece haberse metido en la vida real de las personas, en particular de las que buscan soluciones fáciles a problemas complejos.
¿ Quién puede creer que un compuesto comercial fue elaborado en Luna creciente ? A quién se le ocurriría pensar que colgarse un amuleto de ámbar del Báltico le mejorará la miopía? Mysticore es el nombre cool de lo que hace años se llamó santería. Con otro formato, nada mas son que comercios que venden artículos espirituales.
No estoy en contra de la amplitud de conceptos, tampoco de recorrer otros horizontes siempre que enriquezcan la experiencia del ser humano sobre la faz de la Tierra. Sí me niego a fomentar un mercado engañoso con el objetivo de lucrar con la ignorancia del prójimo. Un ritual Wicca no lo puede ministrar cualquiera. A un Temazcal , antiguo ritual chamánico de los aborígenes de América del Norte, no puede asistir el que ni siquiera sabe a qué se va a someter. Empecemos por informarnos qué es la Ayahuasca, el San Pedrito, el Yagé o el Nishi Cobin antes de ingresar a sus sesiones.
Respetar a los hermanos de diferentes tradiciones incluye no utilizar sus prácticas religiosas a la ligera. Entrar y salir de sus rituales ancestrales por puro esnobismo es una manera velada de discriminación, es profanar sus templos y su cultura. Evitemos la superficialidad del shopping center espiritual.