Uno de los síndromes más frecuentes en la actualidad es la sobreinformación. Tan asombrosa es la oferta de datos que circulan a nuestro alrededor que lo que empezó en la década de noventa como un boleto al paraíso, se transformó para algunos en un  infierno . La expansión de los medios de comunicación en la era de las redes sociales multiplicó en  progresión geométrica el alcance de  las noticias de la actualidad al oído y a los ojos del ciudadano común, que con la ayuda de un simple celular, hoy puede acceder a las más variadas agencias de información del planeta.  La capacidad para procesar la avalancha de noticias a la que estamos sometidos genera una tensión extra al organismo, similar al stress, que provoca malhumor, inseguridad, pérdida del entusiasmo y puede llegar a ser el motivo por el cuál quede afectada la memoria y aumente el desgano. Más allá del contenido de la información y del medio al que acceda, el colapso cognitivo de un individuo que esté  pendiente de las noticias hará que su sistema nervioso empiece a acusar el desgaste.

 La solución parece sencilla, pero no lo es. El impacto que provoca en el cerebro ése proceso adrenalínico lo asemeja al de las adicciones. Se estima que un “sobreinformado” abre el celular alrededor de ochenta veces por día, se angustia cuando no puede “estar conectado” y se vuelve introspectivo cuando le toca interactuar con las demás personas. No culpemos a la tecnología por nuestros desaciertos. En el pasado hemos conocido a quienes sabían tener el televisor o la radio encendidos de la mañana a la noche, hábito que adquirían los jubilados. Era alta la tasa de mortandad de los que dejaban la vida laboral activa. Acaso, ¿ no será que la sobreinformación incidía en ellos de manera a desencadenar el deterioro? Pregunto ¿ vale la pena correr riesgo de vida, perder la alegría, hacerse “malasangre” para mantenerse informado?