La sororidad es un neologismo que deriva de la unión de las palabras solidaridad y cooperación. Nació en el contexto del feminismo, aunque cada vez más se emplea como sinónimo de fraternidad elegida. Como todo lo que surge de las filas del reclamo de las mujeres,  la palabra suscita críticas y adeptos. Vaya acostumbrándose a éste nuevo vocablo, cada vez será más utilizado por los medios de comunicación, dado que entre los jóvenes universitarios  ya está plenamente incorporado.
     El uso  patriarcal de lenguaje ha dejado muy pocas palabras que describan el enlace sutil que nos hermana una a la otra. Normalmente lo femenino es una filial de lo masculino, una costilla de lo global y la sororidad es un intento de franquear ésos límites. La toma de consciencia de la deshumanización de la mujer en el lenguaje, tema infinito del cuál se ha ocupado Simone de Bouvoir en su obra La mujer rota, surge de la mano del movimiento de concientización de las dinámicas de poder que nos desfavorecieron en el pasado y siguen vigentes hasta la actualidad. Algo que hemos aprendido  las mujeres a lo largo de las décadas que siguieron la II Guerra Mundial  es que la equivalencia entre los dos mundos, el Yin y el Yang, no se hace desde el individualismo.
   Lo llamativo es que gran parte de las críticas a los cambios que propone el lenguaje provienen de las Abejas Reinas, término homónimo al síndrome que consiste en el rol de algunas mujeres que han logrado un cierto poder  dentro de la sociedad y que se dedican a denostar, juzgar y atacar a las demás.
Lejos de creer que la sororidad es una nivelación genérica entre hembras o un arma que apunta al varón , es reconfortante saber que las palabra no se tutelan, tienen vida propia y que existe una de ellas que recuerda lo  muy parecidas que somos ante el patriarcado feroz.
(la pintura es de John William Godward)