El presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, yerno del Moyano, tiene intenciones de postularse para el Premio Nobel de la Paz. Presionado por los palestinos para que suspenda el partido amistoso en Jerusalén, asumió el riesgo de una demanda millonaria, perdió el anticipo de U$S 2 millones y se fue al mazo. Argumentando que la decisión fue un “aporte a la paz mundial”, este hombre entrado en carnes y con peinado futbolero, con aires de quién le sobra dinero pero no coraje, terminó la conferencia de prensa sin permitir que los treinta y cinco periodistas argentinos presentes en la conferencia de prensa hicieran ni una sola pregunta. Parece que los penales no son lo suyo. Declaró que los que los tildan a su equipo de ignorantes los subestiman y que la comunidad israelí lo disculpe, que no es nada en contra de ellos, sino que “él debe bregar por la integridad de la delegación”. Todo eso en el Día del Periodista. Papelón de los grandes.
Energéticamente, empezamos el Mundial con el pie izquierdo. El deporte sublima lo que en otros momentos fue la guerra y recular sin haber siquiera entrado al campo de batalla, es un mal augurio. Si Tapia hubiera tenido una sesión de terapia en la vida, abierto un libro de mitología o de coaching ontológico, hubiera tomado otra decisión. Lamentablemente, encabezan puestos clave los menos preparados y eso, a la larga, se paga caro. Tratemos de que el tráfico de influencias no sea determinante para elegir a los líderes de nuestras instituciones.