Tener un hermano varón te introduce arbitrariamente en el mundo del boxeo. Saber el momento en el que tenés que esquivar el cross , diferenciar un jab (directo de izquierda) de la potencia de un hook (golpe al costado del dorso) y aprender a bailar al contrincante no sólo te prepara para la vida real, sino que en algunas ocasiones te la salva. Con una madre progre no hay discriminación que resista. No había prejuicios cuanto al deporte que a cada uno se le ocurriera practicar y a ella le parecía natural que los hermanos se pelearan. Las zarandas que me daba mi hermano, según él, tenían un único objetivo: prepararme para la vida. Vamos a pelear, decía el muy cretino. Y aunque les parezca mentira, yo iba feliz . Ahora entiendo que era una manera de relacionarnos.
Jamás nos peleamos por enojo, sino por la cuota de ancestralidad bélica que radica en el cerebro primitivo , ese que tanto placer nos da cuando lo sabemos escuchar. Y para hacernos fuertes, reconociendo victorias y derrotas, propias y ajenas . Es una de las metáforas más completas de la vida. El que no tenga calle, que se olvide del boxeo, porque en ella uno encuentra los hermanos que a veces no te los da la sangre. Ah, se me olvidaba, en ese contexto había una abuela que miraba boxeo por televisión mientras tomaba mate amargo. A los noventa años me confesó que hubiese querido ser profesora de Educación Física, una sagitariana de libro.
Con esos recuerdos llegué a Corti, una de las tiendas más importantes de artículos para pugilistas que queda en la calle Castro Barros, en el barrio de Almagro, con la idea de hacer un regalo especial a mi hijo: una bolsa de boxeo profesional. Una amiga me acompañó para ayudarme a cargar el mamotreto . El protocolo anti pandemia nos hizo esperar en la calle bajo el sol de diciembre, razón suficiente para que nos refugiáramos bajo el techo de la Federación Argentina de Boxeo( que queda al lado) que lucía abandonada y silenciosa como una fiel postal de estos tiempos. Solo podían entrar dos personas por vez. A los pocos minutos, algo raro empezó a suceder. La fila se iba engrosando , lo que nos obligó a volver a calcinarnos y, oh sorpresa, éramos todas mujeres. La vidriera de Corti es bastante amplia y el local, angosto, ideal para los curiosos y voyeurs. El único hombre en la redonda era un flaco que miraba con atención a una rubia que se probaba sobre la ropa una musculosa roja. Ella dudaba entre eso y un bañador, esos shorts anchos de pierna con elástico y ranura al costado. Finalmente, decidió quedarse con la remera y hasta que no tramitó el pago perdimos medio litro de agua. Antonella, la vendedora con quién había hablado por teléfono el día antes, la atendía con la misma paciencia con la que había contestado mis preguntas. Entramos con la lengua afuera y al segundo percibí que quien me saludaba era la dueña de la voz con la que había charlado menos de veinticuatro horas atrás. Siempre me gustó imaginar cómo será esa persona en el encuentro, cuánto acerté en mi suposición y cuánto me equivoqué. Antonella es alta como una valquíria, con un parecido a la Ragazza Carsetti, “No la vas a poder colgar en al arbolito”, advirtió en cuanto me vio . Ahí estaba mi fetiche, hecha de lona y cuero, reluciente. “Es la que recomiendo siempre porque con una de estas se entrenaba Monzón. Son las que decoran el Luna Park.” Esa chica sabe mas de boxeo que los guionistas de Golpe a golpe. No pudimos charlar demasiado porque la fila aumentaba y se ponían impacientes, pero a medio entendedor, media palabra basta. Otro sorpresón fue la cantidad de artículos femeninos mezclados con los tradicionales: camisetas con tirantes con brillos y estampas con corazones, tops al estilo Madona de los 90, negros metálicos, cascos fucsia y blanco, guantes verde agua, camisetas cavadas y joggings sensuales. Quedaron atrás los tiempos en los que la Tigresa Acuña peleaba con short y remera gris, mientras la estadounidense Chisty Martin, la telonera de Mike Tyson parecía la Mujer Maravilla. Ahora las argentinas quieren ser como Natalia Oreiro en Sos mi vida, en el papel de la Monita, una profesional del boxeo que quería ser campeona del mundo. O Lola, de La vida per se, la última película de Sofía Loren en la que Abril Zamora hace el papel de una prostituta, ex boxeadora, que debe dejar a su hijo a los cuidados de la diva para poder trabajar, en una actuación deliciosa.
La calidad no quita el glamour, llevamos 23 títulos mundiales desde el 2003 . Y quién puede discutir la gracia de las argentas? Marcela Acuña, Jésica la Tutti Bopp, Alejandra Oliveras, Carolina Duer, Yamila Abellaneda, Anahí la indiecita López, Erica Farias, campeonas y bellezas. Será por eso que Ewa Brodnicka le zampó un beso frente a las cámaras a Soledad Matthysse, cuando la santafesina viajó a Polonia en el 2019 para pelear por el mundial en la categoría peso pluma. Mientras pensaba todo eso, una bata de satén azul con gorro me guiñó un ojo . Ya lo saben, no me pude resistir, aparecí por mi casa vestida de Rocky Balboa.
(Damas de azul del Palacio del rey Minos, en Creta)