Si fuéramos sabios, entenderíamos que todo es perfecto así como está. No pediríamos más de la vida, no nos llenaríamos de basura en los placares, en la mente, en la alacena. No guardaríamos rencor, ni mediríamos a ver quién puede más , quién sabe más, quien tiene más … Si fuéramos sabios, tendríamos en cuenta los objetivos cumplidos, sin pensar en las próximas metas por alcanzar. Agradeceríamos más y renegaríamos menos. Seríamos menos adictos al deber ser, a los fármacos, al cigarrillo, a la tele, al azúcar, a los estupefacientes, que ya con ése nombre nos da a entender que nos volveremos estúpidos antes de que cante el gallo.
Si fuéramos sabios, nos enamoraríamos más. Dejaríamos que el otro haga su propia existencia sin querer cambiarlo. Disfrutaríamos de la naturaleza con todo lo que es capaz de darnos. Abriríamos el corazón al arte de todos los tiempos, cantaríamos aunque sepamos que no es el gran don que el cielo nos ha dado. No tendríamos vergüenza de filosofar. Guardaríamos más recuerdos y menos posesiones y trataríamos de comprender los dioses ajenos. Bailaríamos. Sí, bailaríamos porque la danza es tribal y fuimos tan felices cuando éramos tribu.
No obstante, estamos lejos de ser sabios. Nos toca vivir con nuestras limitaciones. Les deseo que esta semana puedan matar algún dragón o alcanzar la dádiva del perdón. Les deseo el milagro cotidiano de una vida simple.