Una de las características propias de los ansiosos es la insatisfacción permanente. Nada les viene bien. Nada alcanza. Un problema se reproduce en progresión geométrica, mientras que su solución siempre es parcial, dividida, fragmentada. Esa matemática incierta crea un abismo entre el individuo y la vida, una zona de riesgo en dónde es más probable que las caídas sean peligrosas.
       Si a esto se le suman las expectativas familiares, sociales y la mirada del otro en general, el panorama se vuelve aún mas riesgoso. La sociedad de consumo, conocerdora como nadie de las falencias y frustraciones del ciudadano contemporáneo, apabulla al ansioso con necesidades superfluas , que en verdad no harán mas que fomentar la maquinaria  del “deber ser”, del “”tener que estar”  y del “pertenecer” , llenándolos de adquisiciones absurdas. El masajeador de pies, un llavero que silba, los anteojos con lentejuelas pasan a formar parte de un acervo kitsch , villano, que esconden  para no ejercer la autocrítica permanente. Cuando el ansioso se obsesiona por rellenar el abismo que lo circunda lo visitan la adicción, la acumulación compulsiva y su colega de enfrente, la deuda crónica.
        Salir de la queja no es una frase hecha de la new age. Si no entra la gratitud  en nuestras vidas, corremos riesgos a volvernos adictos, compulsivos, gastar de más y de rodearnos de basura. Valorar lo que tenemos, disfrutar del entorno, honrar a nuestros seres elegidos y volvernos más selectos el la propuesta para esta semana. Todo cambio comienza con ser concientes de lo que nos pasa y tener el propósito de modificar lo que nos hace mal.