Está en las epístolas de San Pablo y en tantos trechos del Evangelio :sopórtense, quiéranse como hermanos, hagan lo posible para llegar a un consenso. Incluso, recuerdo que en una de sus enseñanzas, comparó a los cristianos a un cuerpo humano, en dónde todas las partes formaban un todo. Pasaron los siglos y los milenios y la alta cúpula de la Iglesia local parece haberse olvidado de las palabras del Apóstol. El obispo Jorge Lugones, por más insólito que pueda parecer, avaló el paro general de la CGT que paralizó el país el lunes el veinticinco de junio pasado. Argumentando que la huelga es un derecho reconocido por la Doctrina Social de la Iglesia en casos de injusticia e iniquidad, se puso del lado de los “gordos”. Eso sucedió la semana pasada en el marco  de la Semana Social de Mar del Plata. En ningún momento, desde que subió  Mauricio Macri escuché a una autoridad eclesiástica pedir que se devuelva el dinero robado por  la administración anterior. Sí corroboré por la prensa que los jardines de alguna parroquia eran el refugio del dinero en negro de políticos delincuentes. Si una institución en la República Argentina goza de privilegios, es la Iglesia Católica. Creo que es hora de dividir Iglesia y Estado. Es un matrimonio que ya no funciona más. Monseñor Lugones, con su discurso no se limitó a  defender el derecho a la huelga, en el que estaríamos todos de acuerdo, sino que alentó a que el país pierda millones de dólares con una medida que incita al  resquebrajamiento social. Es como si un abogado le diera un arma para que su defendido haga justicia por mano propia.

       Por fortuna , la religión es mucho más grande que sus representantes. Aunque prediquen con el mal ejemplo, no permitiré que empañen en mi corazón la Tradición que heredé de mis ancestros.