En el año en que Discépolo escribió Yira Yira, el mundo estaba particularmente complicado. La Bolsa de Nueva York caía estrepitosamente cerrando de cuajo cuarenta bancos y la friolera de cien mil empresas, dejando al borde del precipicio a todo aquel que dependiera de la economía norteamericana. Las consecuencias inmediatas fueron la baja del consumo, la restricción del crédito bancario y la ejecución de las hipotecas. Los dorados años veinte terminaron de manera caótica en el  que se había llevado los logros de la Primera Guerra Mundial, con gente tirándose por la ventana y volándose los sesos. La ola expansiva llegó a la Argentina, que tuvo cancelada gran parte de las exportaciones previstas para el año 1929, debido a esto, el corte presupuestario se hizo notar en el Estado  y la opción para la mayoría de la población  era la reducción salarial o el despido.

Verás que todo es mentira, verás que nada es amor,

                                                                              que al mundo nada le importa, yira, yira…

Discépolo plasmó en la letra del tango que inmortalizó Carlos Gardel en 1930 la desazón de una época enferma por el virus de la crisis económica, dolencia de la que nunca pudimos curarnos completamente. Un país sin crédito, palabra cuya etimología proviene del latín credere, tener confianza, es un sitio en dónde todos se miran de reojo y todos se vuelven enemigos potenciales.

No esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor.

Noventa años pasaron desde que “el más mío de los tangos”, como lo definió Enrique Santos, sonó por primera vez, dejando expuesta la desazón del argentino ante una realidad sórdida, en el que las dificultades diarias no merman, la injusticia se naturaliza y el trabajo no rinde fruto. El antagonismo entre la mentira y el amor, la desesperanza que provoca el saberse solo, desamparado, incrédulo y desesperanzado, sensaciones que siguen acompañándonos a lo largo del siglo como un herpes zoster que incuba y vuelve a manifestarse ante la menor baja inmunológica, pero jamás abandona el organismo del todo.

¿ Cómo combatir el mal de Yira Yira? De qué manera prevenirlo?

No soy buena para las fórmulas de la felicidad,  sólo sé que de nada sirve ocultar la cabeza ante la crisis , como hace el ciudadano- ñandú. Tampoco sirve apagar el noticiero o suspender el periódico. La realidad se hará presente en cada rincón del país y, de pronto, de nada servirá hacerse el indiferente. Es como tratar de esquivar un ciclón. Habrá que fortalecerse, quejarse menos, actuar más. Conseguir un buen refugio, con manos cálidas que nos asistan, aprender a funcionar en equipo.  Hacernos cargo de la parte que nos toca , formando redes de sostenimiento, volviendo a la solidaridad, confiando en el futuro. Algún día quisiera escuchar grabado el contrapunto del postulado de Discépolo

                                               verás que nada es mentira, verás que todo es amor

Ojalá las vueltas del mundo nos permitan cambiar, cuánto antes,  esas dos frases de lugar.

 

Ilustra obra de Sara Rosales.