Hace un año una marca famosa de zapatillas expuso una foto publicitaria de una joven con las piernas sin depilar. En actitud desafiante , con una rodilla al piso y la otra bien plantada en la tierra, la joven rubia tocaba su rostro con una mano, mientras la otra descansaba sobre su rodilla. Asombrosos fueron la cantidad y el tenor de los comentarios que recibió la empresa días después del lanzamiento. Insultos, exabruptos y hasta amenazas de violación fueron cuidadosamente recopilados y sometidos a la opinión de profesionales de la comunicación y de la psicología.
La conclusión que llegaron es que la violación puede ser un arma correctiva a quienes se propongan a romper las reglas. De hecho, en las guerras, uno de los castigos ejemplares era el castigo sexual a los perdedores.
En una época en la que la libertad pasó a ser el bastión más salvaguardado del individuo y lo sexual trasciende los límites del género masculino/femenino, parece surreal que una imagen provoque tanta discordia. Sin embargo, en los tantos mundos que abarcamos los contemporáneos habitantes del planeta Tierra, no nos queda otra que convivir con algunos paleolíticos que se resisten a avanzar en la línea del tiempo.
No faltan jueces que liberan a violadores porque la víctima se vestía de “manera inapropiada” o porque “la luz estaba apagada”. Pertenecer a los hominídeos no es una cuestión de castas o posición social, nacionalidad o credo.
Todos los días observo con alegría a mujeres que dejan de depilarse, se dejan el pelo blanco o se niegan a la torturante realidad de los tacos. Lo que yo haga con mi cuerpo, es mi jurisdicción. Celebro la autonomía de vuelo de quienes hacen valer su derecho a ir por la vida como se les dé la reverenda gana.
(cuadro de Francis Bacon, Tríptico)