Hay quienes son como las boletas: veloces, constantes, calculadores y fríos. Cuando uno los ve llegar siente que el alma se le va a los pies, pero nada los detiene. Ahí están, estoicos, infiltrados en nuestra vida por la ranura menos pensada. Son “un impuesto” que creemos tener que pagar por el resto de la vida por el simple hecho de pertenecer a una familia o cualquier otra clase de agrupación. Suegras, yernos y socios fundadores suelen formar parte de esta tipología.
Están los que son como la propaganda callejera, los flyers. Se imponen como la lluvia, pero son ocasionales, podemos guardarlos en el bolsillo, desentendernos en el momento o poner cara de circunstancia y estudiar de qué se tratan en casa, tranquilos. Distan mucho de sus primos hermanos, los “impuestos”. En ésta categoría están las novias eventuales y los amigos heredados.
Y por último, están los “cartas de amor”, los humanos que nos aportan el buen mensaje del camino, el perfume, la invitación a la aventura de vivir y nos recuerdan quiénes somos. Son aquellos por el cuál vale la pena seguir creyendo en la humanidad. No importa si vienen con errores ortográficos y sin la flor seca. La nueva versión, incluso, puede traerlos en forma de mails, whatsapp, facebook, instagram o twitter. Es lo de menos. Sean virtuales o analógicas, las boletas hay que pagarlas, los spam hay que tirarlos a la papelera de reciclaje y las cartas de amor, guardarlas en el corazón , con una estrella.