Vivir en la incertidumbre nos aumenta las pulsaciones cardíacas, la presión sanguínea, genera insomnio, depresión, angustia, pero cuando descubrimos que nada se puede hacer a corto plazo en el ámbito colectivo y mucho en el individual, encontramos un tesoro. La economía es como un volcán activo, sólo minutos antes se puede predecir su estallido. El vocabulario incomprensible, jeroglífico, plagado de índices y corbatas de seda no son suficientes para atraer los inversores, lograr credibilidad y reactivar el mercado. De todos los opinólogos financieros, no escuché a ninguno que dijera con antelación lo que iría a suceder al día de hoy.

       En el Ministerio de Hacienda hablan de “shock impredecible” basado en tres factores aleatorios: el precio del dólar, el fortalecimiento del dólar y la sequía. Ahora se le suma la baja de la soja en el mercado mundial. Qué creían los expertos? Que Donald Trump no protegería su moneda. El magnate, sin que le tiemble la mano, puso en riesgo todos los tratados comerciales internacionales, pero cumplió con su promesa. Aunque no nos dediquemos a la Economía, no hace falta escuchar a los Nobel para saber que el dólar subiría. El petróleo ya es una energía obsoleta, pegando coletazos en un mundo cada vez más convulsionado en los países en dónde se lo extrae. Tampoco es un panorama favorable desde hace muchos años. Habría que encontrar un sustituto lo antes posible.  Y la sequía, con el cambio climático, busca una agricultura comprometida e inteligente.
       Le pregunté a un amigo sabio qué debíamos hacer para afrontar la crisis que nos envuelve como bruma espesa a los argentinos. Trabajar un treinta por ciento más, dijo sin trastabillar. Y eso significa prescindir de las vacaciones, remató. No creo que los mandatarios estén dispuestos a predicar con el ejemplo. Por lo pronto, a nosotros nos toca agudizar el ingenio para no bajar la calidad de vida. Como dijo Onasis, las mejores oportunidades devienen de las grandes crisis.