Cuando Camila y Ladislao Gutiérrez llegaron a la fiesta del pueblo de Goya, después de seis meses de haber huido a caballo de Buenos Aires, jamás se hubieran imaginado que un amigo del cura del pueblo reconocería a quién había dejado los hábitos para escapar con una dama de la sociedad porteña. Allí habían adoptado nombres de fantasía. Ella se había transformado en Valentina Desán, coraje no le faltaba, y él Máximo Brandier, quizá inspirado en alguna ópera de la época. No tardaron en denunciarlos al gobernador Benjamín Virasoro, quién se ocupó de trasladarlos a capital para encarcelarlos y afianzar su lealtad a Juan Manuel de Rosas.
Ladislao fue compañero de seminario del hermano de Camila, nacida un nueve de julio a tan sólo nueve años de la independencia en Tucumán, de dónde él provenía. Palabra demasiado grande para una mujer, independencia. Murió fusilada el 18 de agosto de 1848, luego de tomar agua bendita porque llevaba en su vientre al hijo de un apóstata.
Domingo Faustino Sarmiento en el diario Crónica de Montevideo, el 26 de Agosto del año siguiente, condenó el crimen brutal, sin precedentes.
Desde el exilio, en sus memorias, el dictador Rosas dijo que era lo que había que hacer. Un castigo ejemplar. Aunque su hija Manuela fuera su amiga, quién podría borrar semejante mancha, sino la pena capital?
Mario Gallo, el pionero del cine argentino, un pugliese como mi padre nacido en Barletta en 1878 fue quién hizo la primera película sobre Camila, protagonizada por Blanca Podestá y Salvador Rosich en 1910, de la que no queda ni una copia. Quizá porque la memoria de un crimen injusto no se borra de las almas sensibles, María Luisa Bemberg setenta y cuatro años después dirigió a Susú Pecoraro e Imanol Arias en el film homónimo e inolvidable, candidato al Oscar en 1984.
Nacer el nueve de julio ha salvado a muchos hombres del servicio militar, pero no ha sido suficiente para salvar a Camila O´Gorman y a su bebé del femicidio más salvaje de la historia argentina.