Desde que un atrevido mercader veneciano se animó a abrir  rutas comerciales en el siglo XIII y contó sus viajes a Asia Central y China a Rustichello de Pisa, quién los compiló en su maravillosa obra Los viajes de Marco Polo, el mundo no ha dejado de ensancharse. Pocos saben, sin embargo, que esa amistad nació en la cárcel.  Las diferencias políticas entre el el Reino de Venecia y el de Génova los hizo luchar en el mismo bando y, luego de haber sido capturados en batalla por los genoveses, compartieron el confinamiento. Cuatro años de charlas interminables, las experiencias de Marco que había servido al mismísimo emperador de Mongolia, Kublai Kan, la buena pluma de Rustichello, que ya era escritor, fueron la base de un proyecto que les aseguró nada menos que la eternidad.

Italia era un hervidero de ideas en ese entonces. Contemporáneos de Dante Alighieri ( quién también fue exiliado desde Florencia a Ravena por sus diferencias con el poder de turno) estos socios en la desgracia no se limitaron a llorar sus penas o a lamentar la mala suerte en la derrota. Entablaron una gran amistad, confiaron en el giro de la Historia y decidieron hacer algo más de sus vidas. Así nació Il Milione , para los franceses (que según mi hermana  Marina, no han hecho otra cosa que copiar a los italianos) Livre des merveilles du monde, manuscrito que nos permite, al día de hoy, saber por dónde anduvo el genio de los mares que introdujo los fideos como plato nacional y llegó a ser gobernador de la provincia de Yangzou en 1295.

¿ Por qué se me vinieron esos dos personajes a la cabeza? Quién sabe porque asisto a muchos cuarentenados brillantes  en estado de peligroso aletargamiento . Verlos desmotivados, con tanto talento, me insta a opinar sobre el tema sin que me lo pregunten. Los que me conocen saben que es mi pasatiempo favorito: meter la nariz dónde no me llaman. Y por amar Los viajes de Marco Polo y sus anécdotas. Y por creer que la amistad todo lo puede. Y por no creer en el confinamiento de los corazones. Y por saber que una buena idea no siempre  germina adecuadamente en una sola cabeza, necesita otros nutrientes para florecer y dar fruto.

Las situaciones críticas suelen desestimarnos, el período pandémico por el cual estamos atravesando nos retrae, aislándonos en una soledad pasmosa y dejando abiertos los espacios que llenábamos con    ruido, rutina y robotización.

Quizá no tengamos la vida entretenida del clan Polo, cuyo padre y dos hermanos se animaron a ir a lugares exóticos por esa mezcla de ambición y  amor por la aventura , tampoco la facilidad de palabra del autor del manuscrito más famoso de su época, el libro preferido de Cristóbal Colón, quién vivió siglos después y  guardaba  un ejemplar cuidadosamente marcado entre sus objetos preferidos, pero podemos animarnos a escapar de la tiranía de las tres erres.

El ruido interno destruye nuestra creatividad. Recuperemos la lectura, la meditación (oración en Occidente), la inventiva, la contemplación artística.

La rutina es una manera de llenar espacios con actividades que suelen  aletargar la alegría. Hagamos lo que nos dispusimos realizar con pasión y si no tenemos energía ni predisposición para continuar con el trabajo asignado, con nuestra pareja o familia, atrevámonos a cuestionarlos. A veces un buen conflicto nos salva la vida.

La robotización es autoconvencerse que todo se puede hacer online. Un tema para charlar horas y horas. No dejen que sus células se transformen en átomos. La vida es energía en estado puro y nadie la puede experimentar en plenitud a través de una o mil pantallas.

 

Ilustra Shiori Matsumoto